sábado, 4 de octubre de 2008

Crítica de Quito: El Comercio


'Una lluvia irlandesa' inundó a El Pobre Diablo
Redacción Cultura

No había cómo no sentirse un voyeur en la puesta en escena de la obra 'Una lluvia irlandesa'. En la mesa de al lado, una pareja se conocía, se coqueteaba, se iban juntos y, al pasar cerca de uno, se besaban. Luego, la misma pareja, con otro ánimo, conversaba irritada de pie, también cerca, mientras esperaba por un lugar para sentarse.

La noche del sábado, pasadas las 22:00, quienes ocupaban las mesas del bar El Pobre Diablo se sentían como intrusos en la conversación de los vecinos.

La obra marcó el décimo día de funciones en el XI Festival Internacional de Teatro Experimental en Quito y Guayaquil (FITE Q/G 2008). La compañía uruguaya Complot tomó a El Pobre Diablo como escenario. La propuesta fue seductora. En medio de la gente conversando, comiendo empanaditas de morocho y chulpi con chochos, apareció una muchacha con rostro tímido pero sonriente, con un paraguas en la mano. Una luz la iluminó al comenzar su monólogo. "El día que lo conocí llovía. Una lluvia clara en mi memoria. Pensé que así debía llover en Dublín. Si, así debía llover en Dublín".

Un tono dulce para describir ese primer encuentro. Luego aparecía él, la quería abordar. Le juró que leía sus pensamientos.

Los actores, Gimena Fajardo y Gustavo Saffores, se destacaron en su lenguaje corporal. Los temblores en las manos de ambos, los deseos de él de llegar con sus dedos a las delicadas manos de ella conmovían. También fue buena la vocalización: el diálogo íntimo se escuchaba en todas las mesas.

Tras ese cuadro, volvió el monólogo. El mismo, solo que con una variante. Ya no comenzaba con "El día que lo conocí llovía". Ahora, el texto era "El día que supe que me engañaba llovía". El tono de voz cambió. Luego llegaron "El día que aborté llovía" y "El día que lo dejé llovía".

El texto, del catalán Joseph Pere Peyró, fue el punto débil de la obra puesta en escena por la directora Mariana Percovich. La repetición del monólogo vuelve a la pieza predecible. Aun así, el público terminó entusiasmado: no siempre se es parte de la obra.



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